Barullo político

Cada vez me parece más lejano el tiempo en que me interesaba devorar todo lo que se escribía o se decía sobre el tema político. De hecho hice una especialización sobre el tema, porque tenía el temprano interés periodístico de dedicarme en la vejez a escribir grandes y sesudos tratados, sobre lo que me parecía en ese entonces el más grande de los retos. Siquiera crecí y 'reculé' en el propósito. La política (la colombiana en particular), es una de esas cosas con las que hay que convivir diariamente, como esos malos matrimonios en los que usted sabe que se aguanta al otro por motivaciones distintas a querer pasarla rico, o porque comparten cosas interesantes o crecen juntos, o porque aporta algo positivo. No. La política en Colombia es una actividad a la que cada vez con mayor frecuencia llega gente que no quiere hacer nada en la vida (en serio), ni estudiar, ni trabajar, ni preocuparse por el bienestar de nadie más que de sí mismo/a. Les encanta sentir que la gente que los rodea los necesita, que los cargan en andas, creo que cada vez que les dicen doctor/a sienten algo en los 'países bajos'. Salvo muy contadas excepciones, lo que mueve a quienes están metidos en política es la grandiosidad de gente sin importancia que les da vivir de los cargos oficiales, disfrutando del doctor y exigiendo las comisiones por cualquier cosita que le consigan a alguien en obra pública. Y muchos de ellos se vuelven muy ricos, y gozan de muchísimos contratos y una credibilidad entre algunos periodistas o personas que los creen grandes, inmensos, inteligentísimos, y les preguntan sobre lo divino y lo humano. Se sienten gentes superiores, porque los invitan a las inauguraciones, les hacen homenajes, están ocupadísimos, en resumidas cuentas viven de los demás. No estoy descubriendo nada extraordinario. Pero como les decía al comienzo de esta reflexión, cada vez sigo dando más gracias al universo por haberme sacado a tiempo de ese círculo en el que casi cometo el pecado (ese sí) de terminar comprometida hasta la crin.