martes, 15 de junio de 2010

Todos estamos felices


Cada vez que se producen hechos como el rescate de los cuatro uniformados, en una operación tan contundente como la que realizó el pasado fin de semana el Ejército, mi familia,  como las cientos de miles de personas que en Colombia han padecido del secuestro, elevamos una oración al cielo.
En la mañana del lunes 14,  escuchaba en la radio a algunas personas que por supuesto están sugiriendo que el rescate de los uniformados pudo haber sido una estrategia para que J.M. Santos gane puntos políticos antes de la elección presidencial del domingo 20 de mayo. Oírlo, es un poco tenaz. Sobre todo porque sólo los que hemos padecido el drama del secuestro podemos hablar de cómo nos fue en esa historia, que es la que se viene repitiendo desde hace más de 30 años en nuestro país. Y créanme, no es nada que merezca  la pena vivirse. Y guardadas las proporciones todos los gobiernos y funcionarios han sacado partido del secuestro, vamos a ver, desde Belisario Betancur más o menos.
En nuestro caso particular, nuestro hermano sólo estuvo secuestrado 22 meses, no los más de 8 mil 600 días que estuvieron privados de su libertad los uniformados, el más conocido el general Mendieta, ascendido recientemente. También en nuestro caso, no se trató de una incursión en un pueblo para atacar a una base de la policía, como ocurrió en Mitú hace 12  años. 1998, para los que tenemos memoria histórica, ha sido el año más funesto en ese aspecto para nuestro país.
Nuestra historia particular fue menos heroica, por supuesto.  Mi hermano junto con un amigo fueron a buscar un chicharrón que les gustaba (en pasado, porque ‘neco’ ahora es vegetariano) antes de irse para una rumba. El hecho ocurrió a unos pasos del aeropuerto Palonegro,  cerca de Lebrija en Santander. No fueron las Farc sino el Eln, que para la época parecía irónicamente una redención, acostumbrados como estábamos en Colombia a las masacres y las barbaridades farianas. Por lo menos los van a tratar bien, se nos decía.
Pero lo ocurrido en uno y otro caso, es una muestra de lo que era Colombia hace algo más de una década, que para efectos de la historia de las civilizaciones es un segundo. Era, digo, un lugar dantesco, donde el secuestro, la extorsión los asesinatos selectivos o indiscriminados, las ‘vacunas’, la tristeza, el temor, el desasosiego, la muerte por abandono y tristeza, eran pan de cada día. No es que lo anterior se haya acabado. Pero era usual despertarse para saber que, por ejemplo, las Farc habían quemado vivos a más de 100 habitantes de Bojayá; o que los paramilitares habían llegado a una población de la Costa Caribe o al Urabá, asesinando a todo el que se le atravesara y que habían jugado fútbol con sus cadáveres. O que alguien le había pagado a uno de esos grupos irregulares, para que secuestrara o matara a un tercero, como venganza, por plata o temas pasionales y que el crimen quedara impune, porque nadie se atrevía a investigar.
Esa era la Colombia que había cuando nacieron mis sobrinos. La gran mayoría de ellos, supieron del secuestro no por los medios de comunicación, o por lo que oían del tema en el jardín, sino por lo que les contaban sus abuelos o sus tíos y tías, sobre alguien que no conocían, que era su familiar, que de pronto regresaba algún día (cuando se consiga el dinero para la liberación, o cuando nos hubieran humillado lo suficiente).
Para ellos era un ser lejano, un mito. Alguien que estaba suspendido en el tiempo, al que las mamás le habían instalado un altar a falta de la presencia física. Lo mismo que las mamás, hermanas, papás, hermanos, tías, tíos, abuelos, amigos y toda la familia de los que estaban secuestrados y que recobraron la libertad gracias al Ejército el pasado domingo y los 19 militares que todavia siguen en cautiverio.
Por ahora, ellos, los que quedan en poder de la guerrilla, son un fantasma para la sociedad. Están suspendidos en la tierra del nunca jamás, esa a la que le sobran opinadores, pero le faltan ciudadanos de verdad verdad, que prefieran que los militares estén libres a que permanezcan encadenados a un árbol, esperando que por fin se acabe este otro lento día en sus vidas

3 comentarios:

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  2. Es cierto, los que defendemos el intercambio humanitario lo hacemos aunque no tengamos la vivencia cercana del secuestro como en tu caso pero al menos tenemos la capacidad de pensar como si la tuviéramos, imagínense esa misma alegría que hemos visto en las fugas y en los rescates multiplicada si se logra la libertad de todos. Creo que eso está por encima de cualquier cálculo político.

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  3. Magnifico tu blog de la fecha. Me queda el sinsabor que aún reconociendo a una infinitamente mejor Colombia desde hace 8 años no votarás por la persona que promete continuar con la política que nos ha permitido desde hace 8 años disfrutar de un país casi libre del flagelo del secuestro, como bien lo reconoces. Obviamente no haces referencia a quien le debemos esa tranquilidad pero es clarísimo!!!!Aun me quedan 3 días para lograr que recapacites.
    El intercambio humanitario mi querido Eduardo es igualar a ciudadanos de bien secuestrados en cumplimiento de su deber constitucional y de simples ciudadanos de Colombia con criminales narcoterroristas condenados a purgar sus penas por un estado de derecho. Se alentaría entre muchas otras inconveniencias la toma de rehenes.

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